Desde hace más de 10 meses los siete socios-pilotos del equipo Gengis Jote de La Mancha nos reunimos periódicamente para organizar y trazar las directrices de la que será una de las mayores aventuras que podremos gozar probablemente en nuestras vidas. Desde entonces mucho ha acontecido, incluida la indeseada baja de un integrante en las filas del equipo por motivos ineludibles de trabajo, pero también el afortunadísimo alta que lo suplió incondicionalmente, proporcionando un extraordinario apoyo. En cada una de esas reuniones, además de las pertinentes gracias y risas entre íntimos amigos, se forzaban miradas de incertidumbre que buscaban respuestas sobre cómo ser los ganadores en una carrera de 15.000 kilómetros a través de recónditos parajes. En pocas palabras, queríamos conocer los secretos del Mongol Rally.
Cada uno se ponía en la piel de líder en su turno de palabra, y aunque abundaban las expertas sugerencias de los anteriores corredores que se publican en internet, con consejos utilísimos sobre cómo tener éxito en cada etapa, todo lo que íbamos diciendo por turnos se reducían a conclusiones básicas de Perogrullo del tipo “esfuérzate al máximo y sacrifícate”, o “ten todas las circunstancias bajo control”. Acabábamos parafraseando a los supuestos gurús de los rallies, cosa que terminaba por hacer perder el interés en seguir escuchando sus “magníficas” conclusiones.
De esta manera, aunque de veras lo he intentado, con el pasar de los meses he sido incapaz de extraer cómo se puede ganar (ganar, en su quinta acepción del DRAE: “Llegar al sitio o lugar que se pretende”) la meta. Probablemente no exista un método. Sin embargo, prestando atención a la experiencia de los demás, se acumulan preceptos sobre cómo se puede perder (perder, ésta sí en su acepción de: “No conseguir lo que se espera, desea o ama”), hasta el punto de que sumándolas todas, podría ofrecer garantías de que cualquiera que siga esta fórmula, llegará a ser un perdedor de mucho éxito en el Mongol Rally. En esta primera entrada al blog, incluyo el primero de los ‘Mandamientos’. En las siguientes, iré ampliando según el tiempo me de abasto.
Primer Mandamiento: DEJAD DE ARRIESGAROS
Desde el nacimiento del GPS, y la facilidad de su uso en los automóviles convencionales, coger el coche sólo se plantea para llegar a los lugares conocidos por su cartografía digitalizada (para nosotros, generalmente, la península ibérica). Y tenéis razón en no ir más allá, pues casi con toda certeza, allá donde vayáis habrá un aeropuerto cercano y una línea aérea dispuesta a volar a bajo coste, evitando así los riesgos de tomar más tiempo y pagar más de lo estrictamente preciso en el transporte. Basta fijarse en los infrautilizados mapas desplegables de países impronunciables, con sus inquietantes latitudes y longitudes, y sus detalladísimas leyendas y escalas, adornados en ocasiones con letreros en el idioma foráneo. ¿Quién querría arriesgarse conduciendo hacia esos lugares?
Por supuesto, algunos lo hicieron, incluidos un par de hijos de la Gran Bretaña que apostaron llegar a Ulán Bator en un Fiat 126 desde su Londres natal allá por 2001. Pero la mayoría se quedó en casa. Al que asume riesgos le pueden pasar muchas cosas y casi todas probablemente malas. La naturaleza humana es así: he conseguido algo, ¿para qué arriesgarlo? ¿Quién sabe lo que habrá al otro lado de la frontera? ¡Mejor no ir! Sin embargo, el espíritu de Occidente, heredero en parte del transgresor carácter de Colón, y de las gigantes empresas misioneras repletas de fe, llevaron al resto de los no acomodados en la rutina a asumir el riesgo de atravesar un tercio del planeta en las sucesivas ediciones del Mongol Rally. Y yo me alegro de que lo hicieran.
Comparado con los equipamientos de las carabelas, viajar en tres Kangoo, por lejos que se vaya, puede entenderse como coser y cantar. Pero no estamos en la misma época. A medida que nuestras vidas se volvieron más fáciles, ricas y cómodas, con suculentas estancias de verano junto a buenas playas, y ricos aperitivos en merenderos de costa, la tentación de seguir invirtiendo en hamacas para el mes de vacaciones es enorme. Y ésa es, precisamente, una de las principales enfermedades de la victoria. Y una de las principales enfermedades de la diversión.
Eso es riesgo. Los riesgos no sólo los asumen los que viajan con el coche adquirido la semana antes de la salida, y sin más herramientas que sus dientes y un cinturón. Igualmente complicado, o incluso más, es asumir riesgos desde una posición de alta probabilidad de éxito. En el equipo Gengis Jote de La Mancha estamos bien preparados, o eso pretendemos, pero invertimos en asumir un riesgo nuevo o mayor por la sensación de intranquilidad de que el viaje debe ser todavía mejor, que la diversión está en peligro si no tomamos medidas intrépidas o, peor aún, que estamos desperdiciando alguna oportunidad única de conocer más. Y es que, como reza uno de los lemas del Mongol Rally, ‘cuando todo va bien es que algo marcha mal’.
Como es evidente, en el camino hacia Mongolia siempre habrá fracasos. Cuentan que Einstein, para su nuevo despacho en Princeton, pidió un escritorio, una silla, varios lápices, papel y una papelera muy grande para todas las veces que se iba a equivocar. Errores como éstos, con las valiosas lecciones que nos enseñan en condiciones inhóspitas y nunca antes experimentadas, no son más que riesgos que no funcionaron, errores de cálculo que, por muy costosos que hayan sido en su momento, forman parte del precio de seguir en la competición. Porque el error que debe preocupar es aquél que es consecuencia de ser cómodos, ya que cuando uno está cómodo la tentación de dejar de explorar es tan grande que se hace casi irresistible. Y el fracaso en la aventura es prácticamente inevitable.
MPB
(Extraído y adaptado de: Keough, D.R., Los diez mandamientos para arruinarte)
¡¡ Que suerte tienen algunos !! espero que lo paséis a lo grande y que tengáis pocas averías. En la votación de hasta donde llegarán ?? falta una casilla..porque yo votaría a que vais a ir tan emocionados que os vais a pasar de Ulán Bator y os va a tocar dar la vuelta después.
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